Vivió por años pisando suelo firme, conociendo muy bien su terreno, satisfecho de certezas que daban garantía de sus días por venir. Sus frases favoritas eran aquellas que comenzaban con ideas explicativas de todo acontecer: “Lo aquí está pasando es…”, “lo que viene ahora es…”, y otras por el estilo. De no ser por sus títulos, condecoraciones y reconocimientos públicos, bien podríamos decir que se trataba de un vidente-chamán devenido a la urbe y sus disfraces.
Pero a su alrededor todo se fue
transformando. Sus teorías se quedaron inmóviles como figuras de piedra, atrapadas
por una madeja que crecía con el ímpetu de los vegetales, que parecen detener
su movimiento sólo cuando alguien los observa.
Fue así como su piso se hizo una
geografía de hielo en trozos. Todo amenazaba con un fluir hasta desembocar en
río, uno que va en busca de su cauce- llevándose todo por delante, procurando
su acomodo.
En medio de esta situación se
repetía una y otra vez: “esto va a pasar y todo volverá a ser como antes porque
esto se sale ya de toda lógica”. Y pasó, pero nunca retrocedió a lo que antes
era. Terminó sumergido en el agua, su cuerpo tuvo que recorrer un tránsito
desconocido dónde imposible era el cálculo de probabilidades y la proyección de
trayectorias.
Él nunca estuvo preparado para dejarse llevar, no
se atrevía a bailar a solas ni siquiera cantaba en la ducha. Lo habían enseñado
a que todo tenía cierto orden y ahora estaba allí, transitaba esos días con un
periódico bajo el brazo. Iba de su cama a una mesa. Pedía un café, diluía su
tormenta en una breve rutina de la que se agarraba para cruzar la selva y sus
peligros. Así vivía, cada instante, como si nada pasara.
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