jueves, 13 de marzo de 2014

Amor carocolito de mar
























Las hijas de doña Rafaela dormían en dormitorios con baño privado, “tenía más de tres pares de zapatos cada una, muchos más”.  De las paredes de sus habitaciones colgaban paisajes de colores pasteles, donde al fondo se veían dos nenas diluyéndose entre los arbustos. Todos esto lo veía Guadalupe,  las veces que su mamá tuvo que llevarla al trabajo: “No vayas a tocar nada”, le decía Teresa mientras barría,  apuntándola con el dedo índice, tratando de detener su curiosidad.

Guadalupe se hacía fantasías con la vida de esas dos chicas. Las pensaba dulces, con días entretenidos, sin preocupaciones ni limitaciones a su curiosidad. Sin embargo, las hijas de doña Rafaela no tuvieron una infancia feliz, ellas no la recordaban así.  Vivieron años escapando de lo que más tarde podrían traducir con palabras, vivieron en casas llenas de comodidades pero sabían que toda estancia era breve, como la calma de quien se siente perseguido. Vivieron el sobresalto de escapadas súbitas, dejando platos servidos en la mesa de una casa que no verían nunca más.

Por eso ambas se fabricaban códigos que las unían como si ambos cuerpos fueran habitados por una sola alma.  (Así sobrevivieron a lo que sentían como un horror) Se miraban y una de ellas casi imperceptiblemente arrugaba la boca, y se retiraban sin decirse palabra entre ellas. Y es que las dos observaban las mismas cosas, de manera muy parecida. En una de las peores tormentas que vivieron de niñas, la abuela las llevó a la playa para distraerlas y mientras hacían un castillo de arena vieron a dos abrazarse frente al horizonte, se daban los besos más dulces que habían visto jamás. Él recogió un caracol de mar que rescató de la arena, y se lo dio a la chica en sus manos, como quien entrega una promesa.  

Pasaron los años y un día una hermana le dijo a la otra: ¿Sabes qué es lo que quiero justo ahora? ¿Qué?, le dijo la otra. “Yo quiero un amor caracolito de mar”, y ambas asintieron, reconociéndose en el mismo recuerdo que, tiempo más tarde, también compartirían con Guadalupe, la hija de la criada, que terminó siendo “la mejor amiga de mamá”.

2 comentarios:

  1. Hermoso relato! Las hermanas dieron un calificativo exacto al tipo de amor que siempre he querido...un amor caracolito de mar

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