viernes, 24 de agosto de 2012

Guadalupe en el espejo


Se despertó. Estiró sus brazos mostrando  músculos, tendones, venas.  Apretó las manos en puño, luego las abrió como flores. Tensó las piernas que se sostenían sobre los talones, los únicos apoyos junto con codos y cabeza. Desde allí vio el mundo patas arriba y soltó una carcajada. Se incorporó. Dio una, dos vueltas hasta el baño y allí, con el dedo índice, apretó firme el botón de play.

Rodó la música con el agua. Entró a la ducha con una reverencia y enjabonó su cuerpo, tocándolo con manos firmes. Se reconoció viva. Detrás de las orejas, el cuello, las piernas, el sexo, la cola, los pies, las axilas. Sacudió con shampoo la idea de cualquier pesadilla. (Tenía la sensación de haber soñado con un elefante moribundo en la oscuridad de una casa abandonada.)

Se lavó los dientes y sacó todo vestigio de malas palabras. Incluso, usó hilo dental para remover los restos de aquellas frases que se quedaron escondidas entre los dientes, miedosas de salir  afuera, donde nunca habían estado antes.

Escarbó todos los laberintos. Sacó la lengua, la volvió a meter con velocidad. ¿Con qué palabra estrenaré esta boca que me he hecho nueva?  Pensó y moduló frente al espejo -paseándose por todas sus letras- la palabra re-nun-cio.

Con esa determinación comenzó la semana de Guadalupe.

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