Buscando a Sybil

Hoy cumplo años. Ya son 43. Fue lo primero que me dije al despertar, a las 4:47 am. Me quedé un rato con mis pensamientos hasta que una voz -de esas que hablan desde adentro- me dijo: afuera. Y como en realidad tenía más ánimo que cansancio, salí a la terraza para hacer yoga.

Allí, en mitad del rito de la respiración alternada, apareció flotando -en el torrente indetenible de mi pensamiento- una fotografía. Con sombrero de cartón amarillo patito, aparezco soplando eternamente tres velas de una torta que está sobre la mesa ratona del living de aquella, la que era mi casa. Estoy allí, sentada en una silla de mi talla, mirando las velas, hipnotizada, como encantada por el fuego o quizás pensando en mis deseos.

La luz de la foto es cálida: el sol entra generoso por una ventana. Pero -detengo en seco el cauce de mi pensamiento que aún corre con fuerza- no estoy sola. En esa foto hay otra niña. A mi izquierda, con sombrero azul, está sentada frente a otra torta de 10 velas.

Ella rezaba sus deseos con devoción, yo los buscaba por los rincones: ¿Qué pedir? Ella, miraba hacia el cielo y recitaba sus querencias, dejando en blanco los ojos, emulando un éxtasis místico. Yo, este, bueno, qué pido. Esa foto está en papel, y debe estar en algún baúl. Pero ella -se llamaba Sibyl- ¿Dónde estará ahora?

Soy yo la itinerante, la nómada, la viajera. Tal vez ella esté donde mismo, rezando deseos al pie de la cordillera. Ella hoy cumple 50 años, y me gustaría encontrarla para saber si sigue deseando con las mismas fuerzas que antes, yo quería saber qué pedía con tanto afán, yo no tenía deseos.