No sabía muy bien por qué había llegado hasta allí. Tenía días con ganas de estar sola y en silencio, o tal vez con deseos de ordenar algunas emociones que la habitaban. Emociones grandes y macizas como roperos de madera oscura.
“No hay mucho espacio, no hay
muchas posibilidades para disponer esto que siento de otra manera, hay que
vivirlo, no más”. “No te queda otra -se dijo- detenerse en los sueños
fragmentados que me ofrece la cama no es alternativa, los sueños no tienen otra
cosa que revelarme ya, son líquidos, nebulosos,
no tienen nada que ver con este nudo que siento en la garganta”.
Esperando que Caramelo bajara a
abrirle la puerta, Guadalupe tuvo la sensación de estar armando un rompecabezas.
“No te quiero tras la esquina de uno de estos días, que se quemará con el año que casi termina”, dijo como si le
hablara a Caramelo que estaba por llegar. Alzó la cabeza y lo vio aparecer al fondo del
pasillo, caminaba mostrándole las llaves, haciéndolas sonar como si se tratara
de una campana que daba cuenta de que ya se había terminado el recreo.
La sensación de pesadez se fue difuminando
progresivamente en un instante que se hizo eterno, y que culminó con la liviandad
de la voz de Caramelo: “ị Bingo! Nunca antes tomé la llave correcta a la
primera”, abrió la reja que los separaba y le dio la bienvenida.
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