jueves, 12 de diciembre de 2013

Las trampas de la memoria

























Contaba la historia de su pueblo fijándose en las desgracias esparcidas en el tiempo. Encogía como un acordeón en el almanaque los días sin guerra. Los periodos entre una adversidad y otra desaparecían de la memoria y quedaban sólo aquellos con aroma a tragedia y pesar.

Esos relatos habían pasado de generación en generación, como un dolor infinito que arropaba a toda su descendencia, como una herencia a la cual parecía imposible renunciar.

“Y si existiera una pastilla para borrar por completo la memoria de esas tristezas que llevas en tu corazón… ¿te la tomarías?” Entonces, sabiéndose un poco exiliada de la cordura, negó con pesadumbre. ¿Acaso podría explicarse de otra manera? ¿Con qué relatos podría presentarse ante propios y extraños?

Sintió un profundo vacío al reconocer que era libre de negarse esa manera tan común de hablar acerca de los suyos. Se sorprendió en el goce de la verificación a veces absurda: “¿Ves? Tenía razón, y la historia se vuelve a repetir”, había dicho varias veces.

Entonces,  ese hombre que iba de paso, la besó en la frente, como queriéndole encender una luz que borrara por completo su capacidad de recordar escenas que, en rigor,  jamás había vivido. 

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