jueves, 17 de octubre de 2013

Por completo


Suspendió su carrera matutina, hacía demasiado frío. Regresó con el mismo ímpetu que se alejaba, a refugiarse. Quería adelantar un par de proyectos, ordenar su escritorio, mirar bien las cuentas, pero no. Optó por disfrutar de otra manera ese espacio que le quedaba en las mañanas, cuando no llegaba la nana aún y los chicos ya se habían ido al colegio. Fue por un mate, encendió  la compu.

Pasó por facebook, como quien recorre un camino más largo para llegar a destino, sólo para procurar un encuentro con quien quizás también tenga la buena disposición de ser encontrado, pero no.

Tanta gente pasaba por la calle, tantos rostros que iban y venían.  Los podía sentir desde su oficina sin siquiera asomarse.  “Y uno siempre busca una sonrisa, una sola, como si fuera la fórmula que abre la luz que uno lleva en el pecho. Como si eso que pasa afuera tuviera el impulso necesario para abordar el camino que se abre con el día”. Pero sabía que no, no era por allí.

Fabricó -por esos días- pequeñas pero contundentes alegrías de las que se colgaba consecutivamente para cruzar la selva, manteniéndose a salvo de cocodrilos y otro tipo de alimañas.  (Es un decir, claro está) Todo fue así hasta que renunció a este afán por completo. “¿Y si simplemente me dejo caer en la oscuridad de este follaje tupido en el que se convirtió mi vida? ¿Qué pasa si me quedo sola, sintiendo esa humedad oscura de la selva, rendida totalmente a sus amenazas pero también a sus bendiciones?”

Rendirse a que las cosas vayan como mejor les parezca fue el único plan en el que encontró alivio. En esa oscuridad, en lo más profundo de la selva, sintiendo el sonido y el aliento de animales salvajes y desconocidos, sólo allí, pudo ver con sorpresa y gratitud la luz de una luciérnaga, ese sol diminuto que nos avisa que puede volver la tibieza de un atardecer de verano,  para abrazarnos -nuevamente- por completo.

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