“Se cortó el pelo”, distinguió inmediatamente Alejandra al ver a María Rita -sentada dos puestos delante de ella- y a sabiendas que ese cambio gobernaría no sólo el desenlace de esa clase, sino también la danza de todos sus pensamientos por el resto del día, y tal vez más.
María Rita había decidido mostrar el cuello, era delgada y ahora dejaba ver todas “las nervaduras que la conectan”, “todas esas conexiones que hacen posible esa dulzura que la anima y que parece desvanecerme”. (Así se podía leer en una de las hojas de su cuaderno, donde pretendía tomar nota de lo que decía el profesor). Y es que a partir de ese momento su cuello delgado era una ventana abierta a un universo mucho más íntimo que ahora María Rita mostraba. Su mano iba y venía a su cabello, especialmente tomaba un mechón que trataba de ordenar detrás de la oreja como una cortina que se amarra para dejar pasar el sol.
Ella sabía que Alejandra había llegado. No hacía falta darse vuelta, ella la sentía, percibía el calor de su mirada, en su espalda, en su cuello. “Estacionarse en estas sensaciones es tan placentero, todo lo demás lo tenemos cuesta a arriba”, pensaban al unísono sin tener certeza la una de la otra.
Pero ambas disfrutaban de ese momento en el que todo está a punto de pasar. “La parte menos difícil de una historia entre nosotras dos”, parecía escucharse a coro.

No hay comentarios:
Publicar un comentario