jueves, 25 de julio de 2013

Antesala


Construyeron la casa de dos pisos, con patio, jardín, ático y sótano. La habitación de ellos fue ubicada cerca de la puerta para vigilar y proteger a los chicos, y también para estar lejos de ellos, y así poder amar sin premuras.

Fueron tantos los recaudos de la pareja que parecía increíble que hayan confluido con tanta ira los vientos, justo sobre aquel hogar, haciendo volar en espiral los juguetes de los niños, y con ellos todos los sueños que  sembraron junto a decenas de objetos, esos  que colaboran en el empeño de hacer un nido.

Rafaela, tras el paso del huracán, se mantuvo como una columna en medio de las ruinas. “Aquí, junto a esta mujer, todo volverá a florecer”, podría haber señalado un letrero bajo su imagen.

¿Será que después de esta tormenta nos volveremos a encontrar? ¿Será que hay vida debajo de estos escombros? ¿En qué piensas, Rafaela, que ni siquiera lloras? Se tropezaban las preguntas en su pensamiento aturdido, desorientado.

Mientras miraba los escombros, a Rafaela sólo la sostenía un recuerdo al que se abrazaba como un salvavidas. Afuera todo era queja, angustia, incertidumbre y ella -con la vista fija en sus pensamientos- yacía sumergida en la sensación tibia de un parto en el agua, en las manos de un esposo lleno de ternura acariciando su vientre, dándole contención y alivio. “Esto también pasará”, le susurraba él en el oído ese día que dieron a luz a su primer hijo, liberándola así de los dolores, esos que sirven de antesala a los momentos más dulces de la vida. 

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