viernes, 21 de junio de 2013

Otra vez no


Tenía la precisión de un orfebre para arreglarse en las mañanas. No perdía tiempo. Era impecable. Colocaba música a todo volumen, cantaba en la ducha. Se secaba con el viento que salía de las sábanas que sacudía al tender la cama. Se miraba como quién observa un lienzo antes de pintar: “¿Qué me pongo?” Abría el closet dándole la bienvenida al sinfín de posibilidades que se venían  con el día.

Jeans ajustados, botas a la rodilla, y una blusa ceñida color turquesa.  Frente al espejo, sus dedos índices se señalaron a sí misma, haciéndose ver que, nuevamente, los senos habían quedado bizcos, o extraviados. Uno miraba para arriba y otro para abajo. Uno con la vista en el techo y otro triste, cabizbajo. Entonces, metió por debajo de la blusa su mano tibia, y tomó una por una sus tetas, suaves, tiernas, como el primer suspiro de la mañana. Con delicadeza les dio simetría, mirando, como debe ser, hacia adelante, como unas campeonas enfiladas, dispuestas a abrirse camino, siempre de frente.    

Pero justo al levantar la derecha, vio como el seno se hundía, como si desde lo profundo de esa esfera algo con cierto magnetismo lo halara todo hacia su centro. El corazón le llegó al cuello, sintió cómo palpitaba todo, los ojos latían, los labios se torcieron y se hicieron un puchero. Era el miedo que la asaltaba de nuevo, repetir exámenes, esperar diagnósticos. “No, otra vez cáncer, no”. Se dijo así misma, susurrando, cerrando los ojos, justo cuando apenas amanecía.

2 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

    ResponderEliminar
  2. La espera es siempre lo peor. Es mejor autoexaminarse recostada en la cama.

    Un gran saludo, Pamela.

    ResponderEliminar