viernes, 28 de junio de 2013

Decisión de compra


Cindy advirtió que esa mesa que servía a diario tenía en cada comensal una historia cada vez más lejana del plato que sus manos preparaban. Sus hijos adolescentes tragaban cada vez más rápido, a una velocidad tal que el tiempo que dedicaba a la cocina parecía ridículo. “Se tragan mi mañana en menos de cinco minutos”, se decía, mientras recogía las cosas de la mesa.

Ese fue uno de los primeros síntomas. Entendía que su esposo se diera su tiempo: “¿Y si no se da su espacio, cómo se sobrelleva una relación de casi veinte años?” Se preguntaba para sí, colocando tras esa pregunta la cara de una amiga inquisidora, de esas que quieren bucear hasta lo más profundo de sus aguas, para ver dónde yacía el motivo de su tristeza.

Dejaba la cocina impecable y subía a su habitación a recostarse un rato, para hacer una “siesta de ojos abiertos”, en la que dejaba la mirada fija en la plaza que se veía desde su ventana. Desde allí veía la esquina por donde trotaba una mujer, pasaba una y otra vez. Llevaba audífonos, y entre más veces pasaba, mayor era la fuerza que le imprimía a su paso.  “Parece que va al ritmo de su propia música”, se dijo entre dientes, descubriendo la clave de una primera decisión no que fue para nada banal: "Ya sé, me voy a comprar un Ipod".

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