viernes, 31 de mayo de 2013

La soledad de Guadalupe






















Inmensa como el océano. Así era la soledad de Guadalupe. Pero ella no abrigaba congojas. Su sonrisa, al acercarse a saludar, diluía la angustia que nos daba verla tan sola. ¿Cómo logra sobrellevar semejante desgracia? Nos preguntábamos con genuina curiosidad.

Tras la muerte de su mamá, Guadalupe quedó sola: “sin nadie”. Su única relación era con una difusa idea que tenía de su padre: un militar que jamás pudo subir “ni un escalón en la pirámide de jerarquías de las Fuerzas Armadas”. Se decía esto a veces con firmeza, y otras culminando la frase como una pregunta, dejando en duda las historias de Teresa, su mamá. “¿Es que se trataba de una manera muy de ella de llenar los espacios en blanco?”

Por un visor diminuto, color crema y naranja -colores de plástico desteñido- podía ver Guadalupe la única imagen de su padre. A contraluz podía observarlo junto a Teresa, juntaban sus cabezas en arco sobre la imagen de una Guadalupe sonriente, de apenas un año.

“¿Porqué no buscas a tu papá, Guadalupe?” Le decían en casa de doña Rafaela, cuando se aparecía algún domingo con algo dulce para acompañar un té. Pero ella intuía que ese de la foto era uno cualquiera, a quien Teresa le pidió el favor de retratarse. “Es que las palabras de mi mamá eran frutas más preñadas de deseos que de certezas, es eso”. Así decía Guadalupe, como disculpándose.

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