viernes, 24 de mayo de 2013

Tarde con sorpresa




















Me llamaste, dijiste si quería dar un paseo. Me asomé por la ventana y estabas sentado allá abajo, en esas escaleras de cuatro peldaños.

Te silbé, me miraste y te grité: ¡Sube! Y tú negaste con la cabeza. Y con tus manos me llamaste para que me lanzara desde allí. Preferías que saltara al vacío antes de meterte de nuevo en mi laberinto.

Me puse sobretodo y sombrero. Afuera la lluvia amenazaba. Y pensé: “ojalá llueva y nosotros sin paraguas”. Pensé así porque prefiero eso a pensar: “¿Irá a llover? Voy a llevar paraguas por si llueve, me pondré un impermeable. ¿Pero, y si después no llueve? Seguramente después, nosotros por ahí, con muchas cosas de paseo, llenos de artefactos que “cuidado se pueden olvidar” en el banco de una plaza, en la silla de un café.” Mejor es “ojalá llueva”.

Bajé y tú te levantaste. ¿Quieres pasear? Y sí, claro. (Fue lindo su gesto, después de haberme separado de su vida,  me vuelve a buscar, quizás quiere encontrarse con la que era, esa que ya no soy, pero tal vez me busca para reconocerme, y eso sería maravilloso. Agradecí que estuvieras en mi puerta, punto.)

Toda expectativa es una trampa, me dije. Y me impulsé a caminar sin destino, sin ni siquiera esperar que me hablaras. (¿Te acuerdas cuando te rogaba?: “Háblame un poquito” y tu respirabas profundo cómo preguntándote: ¿Qué le digo?) Recibí la brisa como un regalo, me distraje con la gente que pasaba, hasta que fuimos penetrando en las calles de los teatros. Fue ahí cuando me tomaste por la cintura y como si fuera un baile me dirigiste a la fila que entraba a ver Los Miserables, llevaste mi mano hasta tu bolsillo y allí pude tantear los tickets. 

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