viernes, 11 de enero de 2013

Moraleja



Pedro, ojos negros, piel blanca, voz de trueno. Alejandra lo sentía. Sus palabras y su perfume llegaban mucho antes de que él entrara a interrumpirla en su oficina. Él en la antesala. Ella del otro lado de la tabiquería. (Ese artificio laberíntico que nos hacía jugar a que no nos veíamos ni escuchábamos) 

Ella intentaba respiraciones profundas para aplacar la frecuencia de sus latidos. Él subía el volumen para avisarle que estaba cerca, mientras su olfato detectaba la velocidad de la sangre que corría por las venas de Alejandra. 

¿Qué tiene ese hombre que me estremece? Se preguntaba la editora. Una mujer aguda, sólida, solvente. Detestaba sentirse vulnerable. 

- El doctor Pedro Linares está aquí afuera. 

- Carmencita, ofrécele un café. Termino un asunto y lo hago pasar. 

Todo esto casi en susurro. (Era ridículo hablar más alto, él la escucharía casi tan claramente como lo hacía Carmencita a través del teléfono.) 

Alejandra quiso tomar su chaqueta para protegerse de los encantos del Doctor Linares. Sus manos iban erráticas, a tientas, llenas de temblores.

“Si es amor del bueno, te hará sentir bien apenas se aproxime”, le decía su abuela, subrayándole la moraleja de un cuento que le hacía de niña y que relataba el destino de una doncellas que se lanzaban delirantes a los brazos de un Minotauro. Ese monstruo que se las servía de almuerzo, sin ni siquiera masticarlas.

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