Desperté como las tres de la tarde. Hacía mucho calor y el
silencio era un ente profundo y espeso. Solo una mosca y su vuelo abrieron el velo
invisible que divide el sueño de esto, que llamamos realidad.
Luego, como imaginarás, vino el
motor de la nevera que volvió a arrancar, como si fuera en definitiva el
director de orquesta de todo lo animado.
Sonó el teléfono. “¿Aló?” (Apenas me
salía la voz, había dormido más de 12 horas) Aclaré mi garganta: “¿Quién es?”.
Cuando llamaban y no contestaban
pensaba que eras tú. Cuando me pasaban cosas lindas, pensaba que tú las habías
producido, como si mi vida fuera una película cuya dirección dependía de
alguien que no era yo. Pensaba que eras un ángel que me cuidaba de lejos,
porque no podías estar cerca.
Sólo miraba para adelante, porque
ver para otro lugar, separar mí vista de ti, era darme cuenta de que no estabas
simplemente porque no querías, punto.
Ese 25 de diciembre me regalé la
posibilidad de sacarte de mi vida, cosa que a mí me cambió el eje, cosa que tú
apenas habrás percibido porque un día como ese yo era incómoda hasta en tus
pensamientos.
- Soy Nicolás, espero no haberme
equivocado de teléfono. ¿Habla Paty?
- ¿San Nicolás?
- (Risas) No soy tan santo. Pero si me
necesitas seré. ¿Quién habla? ¿Paty?
- Nop, pero también me he portado
bien. ¡Vah! No sé, pero siento que merezco un regalo.
- (Risas) Dime, a ver. ¿Qué necesitas?
- Que nunca nadie más vuelva a
llamarme por otro nombre que no sea el mío.

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