viernes, 30 de noviembre de 2012

Crónica de una conversación esquiva


Esquiva como ducha de domingo. Así se escapaba la conversación que quería tener. Pero era tan grande mi deseo que yo lo dejaba preñarse de paciencia. 

Así estaba, como a punto de parir un día de verano, tolerante de palabras torpes que, en esas circunstancias, no eran otra cosa que moscas que se paraban sobre la comida que estaba a punto de servirse.

Sentados en el mismo sillón, y procurando nuestras manos sobre nuestras respectivas rodillas -no de otra manera- esperábamos que las frases se decantaran en el fondo de un jarro con agua, que nos miraba desde una mesa. 

Observábamos allí cómo caían nuestras palabras, como peces de colores que se mueren en el fondo. Defraudados, nos sorprendíamos de lo que habíamos dicho con tanta torpeza. Nos condolíamos de lo que había salido de nuestras bocas vivo, naciente y que luego yacía muerto, inútil, con la mirada extraviada. 

Fuimos condescendientes con nuestras oraciones y sus limitaciones. Para ese entonces, ya me habitaban grandes sentimientos que salían atados por una camisa de fuerza. Porque poco era decir “intenso”, poco decir “estremecer”. Lucía ridículo e incómodo mi sentir con ese traje tan ajustado y minúsculo que era la palabra. 

Por eso dejé escapar esa conversación, no por falta de ganas, sino más bien porque nunca supe por dónde agarrarla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario