“Quiero trencitas”. Titubeé, necesitaba saber el precio antes de dar un sí o un no. Hice el gesto de revisar los bolsillos. Pero Teresa sacó un peine que guardaba entre sus tetas, y golpeó fuerte la mesa, dando una orden. “Usted es la próxima”, dijo y le guiñó un ojo a mi hija.
Cuando terminaron de hacerle las trenzas a Esther, la pueblana, se dio vuelta y mostró su peinado y su mirada nublada. Era ciega. Nunca tuvo tanto sentido la pregunta: “¿Y cómo me veo?”
Teresa sonrió plena, hizo pasar a mi hija a la silla con una reverencia breve: flexionó apenas las rodillas, no bajó ni un centímetro su cabeza.
Un mesonero estaba acercándose a la mesa y Esther le gritó antes de que llegara: “¡Traiga cervezas para todas, mire que yo pago!”. ¿Qué celebramos? Pregunté. Y Esther: “Pues que usted puede ver y que yo puedo sonreír”. ¿Cuántas trenzas quieres que te haga, guerita?, dijo Teresa. “Miles” dijo mi hija y todos estallamos en carcajadas. Las primeras después de aquella muerte.
La siguiente ronda de cervezas la invité yo, y la siguiente también. Pasaron unos mariachis y Teresa brindó un par de canciones, a cuenta de un dinero que le debía “el hombre del guitarrón”. Se vino la noche y volvimos al hotel.
Después de la risa, de canturrear el corrido de Juan Charrasqueao, de bailar descalzas sobre la arena, de abrazarnos y hacer una ronda, vino el eco de los techos altos y el granito, la música chill out y los saludos de lobby. El silencio, antes de dormir, se interrumpió: ¿Mamá, y mañana vamos a volver al club de las trencitas?
Que hermoso cuento mi querida Palmerita! Ya me dieron ganas de playa y trenCitas :)
ResponderEliminarTe quiero, que talentosa eres!
Coño! La próxima vez te escribo por fb fué un show publicar aquí .... Excelente tu cuento y me alegro haber leído los tres el mismo día, ya sabes lo impaciente que soy jejeje tqm
ResponderEliminarqué lindura de cuento. Me dieron ganas de llorar de pura contentura. Un beso!
ResponderEliminarQue lindo Pame! Me transportaste. Besos miles
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