viernes, 13 de julio de 2012

Prevención de riesgos


“Su peinado al descuido no hablaba de la pulcritud y el orden de sus pensamientos”. La tía Teresa hablaba de Agustín, un chico que “estudiaba el último semestre de una carrera nueva que -para ese entonces- recién estrenaba la facultad de ingeniería: prevención de riesgos. Estimular la cultura preventiva parecía ser su única pasión”. 

Sumamente observador, Agustín medía la trayectoria que seguiría una lámpara tras su caída -de ocurrir algún terremoto que superara los 7 puntos en la escala de Richter- y en función de la tragedia hipotética cambiaba de lugar los muebles. 

Invitarlo a comer a un lugar desconocido era verle dibujar con los ojos diferentes rutas de evacuación. No escuchaba lo que le decían, su mente estaba en la manera de escapar si estallaba la cocina y se producía un incendio. ¿Cómo estás?, le dije, tratando de sacarlo de su diálogo interno. “Todo está bajo control”, dijo y se puso la servilleta como un babero, para no ensuciarse la camisa con la salsa de la pasta que llegaba humeante a la mesa. Contaba la tía Teresa.

Tras el primer bocado me envistió: “necesito un temblor en mi vida, uno fuerte”. ¿Es una metáfora? Sí, claro -respondió Agustín- es una metáfora. Y me quitó los ojos de encima, y nunca más volví a encontrarle la mirada. Esa noche, él caminó al borde de la cornisa y yo no supe ver más allá, sólo lo vi comer un plato de pasta, dibujando con sus ojos una ruta para salir a salvo. Yo no estaba preparada para una sorpresa y él se había preparado para no correr riesgos, decía Teresa, mientras acariciaba el recuerdo de un amor que no fue. 

1 comentario:

  1. Me gusta lo que has relatado, tiene un ritmo narrativo que te lleva a poner los pies al borde de la cornisa, ese es el efecto y otras perspectivas que busco en todo relato.

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