jueves, 10 de mayo de 2012

Selva


La selva sabía que yo estaba cerca. Ella no estaba si yo no la veía, si mis manos no tocaban las hojas de sus primeros árboles. No estaba si mis oídos no sabían de sus misterios. Pero estaba porque la pensaba y ella sabía que estaría pronto, que me aproximaba, que deseaba su olor a tierra húmeda; ese conector eficiente con la energía primaria que emana de su centro que se vinculaba con el mío.

Ella sabía que el corazón pequeñito -ese que nace entre las piernas- latía más a prisa cuando mi pie encontraba, tras el barro, sus raíces. Así sucedía mientras la luz y, luego, su rostro desaparecían cuando la noche. Se uniformaban los colores, se volvía todo negro, grillos, lechuzas, penumbras en el agua, cantos de sapos, sobresaltos.

A lo lejos unas luces con música de mineros, corsarios, risas,botellas. Ese ruido era más ruido porque vivía el silencio, me quedaba y renunciaba a volver al mundo de las palabras. Prefería tu lenguaje fresco; ese que me anima y me salva.

2 comentarios:

  1. Hermoso y original, tu texto, Pamela...Me gusta ese diálogo en que se deja hablar al cuerpo y resulta ser tran profundamente elocuente...
    Un saludo!!

    ResponderEliminar
  2. Gracias, Begoña. Qué grato saber que pasaste por aquí. Tu comentario acerca de "dejar hablar al cuerpo" me une al "lenguajear" de Humberto Maturana.

    ResponderEliminar