viernes, 4 de mayo de 2012

Las Ganas


Abrazaba su cartera. La llevaba colgada, cruzada y, además, abrazada. Cada tanto la abría, la miraba, verificaba su contenido. Suspiraba, y le daba golpecitos como diciéndole, “estás ahí, no te has ido, te estás portando bien, ya vamos a llegar”.

Miró con recelo a quienes iban colgados del caño del colectivo, suspiró con aire lastimero, se sintió afortunada. Dejó cocida su mirada en el horizonte, allá donde la pampa parece estar inmóvil, hasta que un grito la sacó de aquel letargo, anunciándole su paradero.

Bajó a los tropezones y con un aire altivo se sacó un par de mechones que se le venían a la cara con el viento fresco de la mañana. Por allí pasaba yo cuando me crucé con ella: “Usted no sabrá de alguien por aquí que necesite una muchacha que tenga ganas de trabajar”, me dijo, sujetando su cartera.

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