viernes, 17 de mayo de 2013

Lo días que pasan


Llegué al aeropuerto y ella estaba esperándome. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que nos habíamos visto. Sin embargo, nuestra conversación comenzó por lo que pasaba con nosotras justo en esos días en los que apenas nos acostumbrábamos a la ausencia de la abuela.

Me explicó su vida a través del desorden que había dentro de su auto. Los estudios de arquitectura de su hija mayor, una maqueta, los zapatos de fútbol del más pequeño. Las idas a la lavandería, las vueltas en el supermercado, y la posibilidad de “este domingo para nosotras dos solas”. Pagó el estacionamiento y aceleró con instinto liberador. Paramos a almorzar y al pedir el café me lanzó una pregunta a quemarropa: ¿Quieres ir a ver la casa?

Se refería a la casa de la abuela. No era necesario aclarar nada. Allí nos reuníamos los domingos, como ese, para almorzar “todos juntos”. Pero hace tiempo que se vendió, seguramente estará ocupada. “Pero no importa”, me dijo como invitándome a una travesura: ¿vamos? Asentí, con un poco de distancia.

No se me hacía fácil imaginarnos en esa calle. ¿Veríamos menos imponente esos árboles con nuestro tamaño de ahora? Dos mujeres husmeando un lugar que ya no les pertenece, fijándose a ver qué pueden rescatar de su infancia, esa a la que siempre recurrimos, cuando se nos hace difícil transitar los días que pasan.

No hay comentarios:

Publicar un comentario