viernes, 3 de mayo de 2013

Los caminos del jardín


Rafaela tenía un jardín. Dos cuadrados de césped perfectamente cortado. En el centro de los cuadrados dos aloes gigantes, y alrededor caminos que serpenteaban como brazos lánguidos que llevaban a lugares que, por sus dimensiones, sólo podían ser para gente pequeña o con capacidad de estar, literalmente, a la altura de las circunstancias.

Algunos caminos llegaban bajo un arbusto que en vez de dar flores, daba bouquet para novias diminutas. Allí, una familia de colibríes se daba cita al pasar el calor de la tarde. Otro camino terminaba en una montaña de piedras ovaladas; un pequeño monumento que dejaba en evidencia que el gris es una color maravilloso, con miles de posibilidades.

Otro camino cortaba con la caminería de cemento que daba a la salida de la casa, otro daba a un rosal que eran repollos bordó que desojaban cuando pasaba el viento. 

“No entiendo porqué pierde tiempo en el jardín, no sirve para nada”. “Es un capricho tratar de domar la naturaleza al servicio de la estética”. “Será que quiere aparentar con los vecinos”. “¿Cómo se le puede dedicar tanto tiempo a algo que sólo sirve de adorno?” Así conversaban, mirándola desde el otro lado de la ventana.

Entonces, Rafaela le guiñaba un ojo a una cala, al darse cuenta que estaba preñada y que muy pronto daría a luz de nuevo.

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