viernes, 26 de abril de 2013

Huye como una ladrona


Guadalupe tomaba decisiones rápidamente, porque sabía que las ganas -ese combustible que mueve al mundo- vienen con fuerzas sólo por un instante.

Por eso, en las noches de invierno, sus ojos iban inquietos buscando bocas carnosas, portadas por hombres tristes, que llevaban tras su espalda la idea de un mal día. Porque las ganas de Guadalupe crecían allí, donde ella creía que eran absolutamente necesarias.

Buscaba en el metro, cuando la gente sale tarde de sus oficinas, en ese momento en el que te quedaste hasta un rato más pero en realidad llegaste en el momento justo.

Así llegaba esa boca carnosa, en la cara de un hombre que dejaba llevar su cabeza por las manos firmes de Guadalupe, que lo dirigían directo a su boca. Y él,  que se entregaba a ese asalto sin obligaciones, ya no sabía muy bien qué hacer con ese beso, mucho menos sabía qué hacer con esa compañera de viaje, tan osada, tan valiente, tan atrevida, tan intrusa que se metía con su boca, en su boca. ¿Qué se cree? ¿Quién es esta?

Guadalupe sonreía al ver la cara de aquel a quien sabía que le había mejorado el ánimo. Entonces, desaparecería justo después de disculparse: Perdón, lo confundí con alguien. Se abrían las puertas del vagón , y ella huía como una ladrona.

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