“Un niño fue salvado por delfines. Hombre vive sin corazón. Han
descubierto una partícula minúscula, invisible”. Carolina hacía registros de los titulares de
la prensa, los meditaba con la paciencia propia de quienes detienen el tiempo en
un café cuando llegan allí protegiéndose de la lluvia.
La gente pasaba con paraguas de colores, con impermeables y
botas. Iban apurados, querían salvarse de aquello que venía en abundancia: nubes
negras cubrían la ciudad, eso era un hecho.
Entonces, abría su libreta para escribir las variantes
posibles de lo que leía en los diarios: “Delfines sacan del mar a un
intruso que pretende quedarse a vivir en el océano”. “Corazones suspicaces
aseguran que sin ellos la vida es otra cosa”. Luego, soltó una carcajada -sin
que le importara llamar la atención de quienes estaban frente a su café, en
otras mesas- y murmuró antes de escribir: “La palabra descubrimiento es tan
relativa” e inmediatamente anotó: “Partícula minúscula-invisible declara en
rueda de prensa que ella siempre supo de su existencia”.
Carolina se rió, movió la cabeza negando. Se imaginaba la
cara del científico atormentado por el descrédito de la partícula que, además,
escribió un tweet en contra de la investigación. Un tweet que estaba siendo televisado
y que se podía ver en primer plano, en las pantallas del café donde ella escribía
en su libreta.
Por eso Carolina pudo salir de allí en calma, como si el sol
brillara allá afuera. De hecho, quienes la vieron dicen que se quitó la
chaqueta en la puerta y que con el mismo periódico que estaba leyendo, se abanicó para refrescarse.
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