jueves, 4 de octubre de 2012

Solamente Guadalupe



Tres sueños tuvo Guadalupe. El primero, la sorprendió una noche de lluvia. 

Ese día había llegado exhausta del trabajo. Cuando daba la vuelta de la última esquina -camino a su casa- se vio reflejada en los cristales de una panadería y no se reconoció. Estaba delgada, el saco y el pantalón en perfecta combinación, su cartera pequeña y su manera sobria, no hablaban del tráfico de sus pensamientos que parecían haberse quedado atascados, tocando la corneta para que avanzara el de más adelante.

Justo cuando se reconoció reflejada en esos cristales, comenzó a llover y deseó profundamente que su madre le cantara una canción de cuna para hacerla dormir. Teresa, su mamá, era “tan básica”, trabajó cocinando en “casa ajena”, la alimentó con lo que recibía por hacer trenzas en la playa, pero allí, entre una y otra turista -que pasaba para tejerse la cabeza- tomaba a su hija y le cantaba bendiciones en una lengua que entendía solamente Guadalupe.

Esa noche, Guadalupe no tuvo fuerzas para desvestirse. Se dejó caer en la cama como un cuerpo sin vida. Tenía necesidad de llorar, pero no tenía fuerzas. Así, se dejó sumergir en un sueño profundo que le trajo de regreso a Teresa. Esa, que la avergonzaba cuando contaba con tanto afán que trabajaba “en casa de familia”, apareció en medio de un matorral montada en una harley davidson conducida por un indio cherokee. 






Guadalupe quiso decirle: “Te acabo de echar de menos, hace poco, cuando me vi reflejada en el cristal…”. Pero estaba muy cansada y era un sueño y allí no reinan las explicaciones.

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