viernes, 7 de septiembre de 2012

Nunca antes


Berenice era una niña encantadora porque, fundamentalmente, se dejaba encantar por todo ser humano y por todo acontecimiento. Ella, que era piel canela y labios carnosos, se sorprendía con la bondad, la curiosidad, la atención de todos quienes se le acercaban. Y al parecer de allí sacaba esa luz que le mantenía encendida una sonrisa permanente que -en tiempos del colegio- llegamos a calificar de estupidez. (Ahora entiendo que ese calificativo hablaba más de mí que de Berenice).

Siempre sonreía, hasta en el momento de sus peores desgracias. Recuerdo cuando íbamos llegando a la casa de campo y ella estaba sentada a la orilla del camino de tierra. Vio pasar nuestro carro y comenzó a correr detrás de nosotros. Yo apenas despertaba de la pesadumbre del viaje y veía cómo nos perseguía entre la polvareda que dejábamos atrás, contándonos a los gritos: “!Se murió mi mamá, se murió mi mamá!”

Cuando bajé y la tuve cara a cara, le dije con rabia, casi con envidia: “¿Pero qué te pasa, Berenice, eso que cuentas no es nada bueno, cómo se te ocurre contar así que se murió tu mamá?” Y ella me dijo: “Es que nunca antes me había pasado algo así”.

2 comentarios:

  1. Pamela, qué bueno encontrar tu blog y leerte. Me encanta pasearme por aquí y darme de bruces con las ideas que vas tejiendo. Me contenta muchísimo saber que continúas escribiendo.Un abrazo gigantesco para ti y para toda la familia.

    Roger Vilain

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  2. Gracias, Roger, por estar allí. Un abrazo a la familia.

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